sábado, abril 27, 2019

LA CARA DE PÓKER Y LA SOCIOPATÍA


Cuando un paciente llora ¿Tú lloras? Esa es una de las preguntas más recurrentes que nos hacen a los psicólogos, mi respuesta quizá sea diferente a la de otros colegas. Al inicio de mi ejercicio como psicóloga, me conectaba con la emoción del paciente-sobre todo la displacentera-puedo decir que haber trabajado en un consejo de protección de niños/adolescentes no daba para un comienzo con barreras-y tal vez suene a excusa-pero siendo madre primeriza no ayudaba. No recuerdo en qué punto dejé de sentir resonancia con la emocionalidad del otro, tal vez el rol arropó a la persona (la persona soy yo) lo cierto es que podía escuchar un llanto, y solo entendía el discurso detrás de la emoción.

La diferencia primordial de la psicopatía con la sociopatía, es que la primera tiene origen/causa genética o biológica, esa persona no genera empatía con el otro desde que nació, y la sociopatía tiene su origen en el medio ambiente del individuo, siendo así, la cara de póker bien podría devenir en un rasgo sociopático del psicólogo, que bien puede ser de mucha ayuda en el proceso terapéutico o no, que bien podría ayudar a que el terapeuta no se enganche con una historia ajena o no.

¿Por qué la cara de póker? Porque el paciente se enfrenta a la no aceptación o rechazo, creo que es una de las razones más preponderantes con respecto a ese-si se quiere-procedimiento. Un paciente que se enfrenta a una neutralidad, que será interpretada de acuerdo a sus procesos cognitivos, lo que asuma estará sesgado por su cosmovisión y así se pueden establecer los códigos esquemáticos que maneja.

En resumen, sea el enfoque que se maneje (conductual, cognitivista, psicoanalítico, humanista) siempre es importante que el otro se redescubra en un espejo que no le devuelve una mirada, que no sea la propia, y nada tiene que ver con el enganche que produce la mimetización, técnica de comprobada eficacia en determinadas circunstancias.

Nuestra cara de póker es eficaz y eficiente, siempre y cuando dejemos ese traje en el espacio terapéutico y no extenderle una invitación, que nos arruine la fiesta.

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